miércoles, noviembre 11, 2009

He comenzado una terapia. Es raro estar frente a una persona que por alguna razón extraña te obliga a ser sincero como no lo habías sido con nadie más ¿Saldrá algo bueno de ahi? ¿Es ese el eslabón que estaba buscando? Pienso que puedo enfrentarme con mis demonios en cualquier lado y cualquier hora, pero la ventaja acá es que la caída puede ser controlada, medida y aterrizada. No quiero sangre o escándalos más allá de lo necesario. Puede continuar la ceremonia sin sobresaltos, sin caidas de mesas ni de platos. Además, sólo falta propiciar la muerte que es de por sí inminente, apresurarla, darle la bienvenida a la caída definitiva, la implosión y de nueva cuenta, la creación del universo. Acondicionar la separación y preparar un reencuentro.
Por otro lado planeo una carta, un testimonio con un remitente que no está obligado a leerla y ni siquiera, contestarla. Es una confesión intíma y necesaria. Impostergable: ¿Cómo decidí escribir una carta para alguien que no la recibirá? La decidí como se decide cambiar de casa. Aunque quizá (y no lo descarto) en la embriaguez de medianoche me decida a dar click (como antes se daba prisa a la cicuta o se cometían crimenes bajo influjo de la luna) y la carta saldrá volando. Y en tal caso, ¿La leerá? ¿modificará en algo la historia del mundo? (sigo en el mismo estado. Todo lo que pasa, todo lo que está alrededor son para mi señales, y esto es un sintoma del cariño: todo tiene dimensiones épicas, desgarradoras y atemporales. Todo tiene semejanza con el universo, forman parte de las mismas fuerzas misteriosas)

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