martes, julio 14, 2009

Desde el lado donde estoy tengo una certeza. También hay agravio, no lo niego. Ambos, mezclados, me llevan al límite y al centro de un bosque repleto de árboles: grito, y en ese acto me hago conciente de mi propia voz. Me encuentro sumido, montado, abrazando todo mi cuerpo. Surgen algunas ideas inquietantes, novedosas. Toco la tierra. Respiro. Escucho el fluir de un río lejano. Ahi están frente a mis ojos, el ramal de los hechos multiplicándose. Mientras tanto crecen mis ojos: puedo dicernir cada minuto, ver y clasificar los sonidos que dan giros en el aire enrarecido. De todos ellos escogo los que mantendrán la ecologia del bosque que ahora habito; decido, abandono, tiro. Me preparo; Me sujeto a un mástil ligero y digo las cosas por su nombre. Enuncio y convoco: el viento me ataca. Ese mástil como quiera verse, está hecho de palabras. No es una coincidencia: Habito esta tierra, busco pan y agua. Ahora sé: la justicia no cae por su propio peso, no es un producto de la tierra. La justicia al igual que la paz o la guerra, es reacción al otro, oposición, consecuencia. Carece de toda inocencia. No es hija de la ingenuidad. Pero llegando a este punto en algo cedo: los siglos me construirán un refugio, mi casa de verbos. Mástil, faro, casa: esta será mi forma de justicia.

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