sábado, agosto 09, 2008

tenía la sensación extraña del súbito recuerdo, reclamo y sorpresa al dar vuelta en cualquier esquina,
íba y venía por las calles de la ciudad, entre el ruido de coches, entre el murmullo de los peatones con los que se mezclaba inevitablemente esta tarde, mientras el sol pendía de un cielo claro y nítido como nunca, amenazador
sabía que llegando a la avenida podía entrar a cualquier café y pedir algo helado, comprar el periódico y sentarse a leer como si nada, pero el rumor que venía de atrás -de ayer- lo hacía ir más lento, pesado, vuelto una masa humedecida y negra entre la suela del zapato y el piso ardiente
-cuántos cuerpos sudorosos bajo impecables vestimentas andando esta tarde como él, cuántos perros húsmeando entre las bolsas repletas de desechos orgánicos en basureros como desiertos, cuánta basura estática bajo la canícula de agosto en las calles del valle de México-
entra para sentarse a leer mientras llega la tormenta que mandará todo al subsuelo, al drenaje donde quedan todos los residuos sepultados, lodo, tendones, huesos, huellas, gritos, carcajadas, para salir en otra parte y otro tiempo,
alza las manos al cielo, las tiende, sus palmas como bocas esperando la primer gota que calme la sed de años, que permita germinar entre sus dedos el Bosque, y que conduzca las gotas cuesta arriba sobre su piel húmeda, revitalizada, para hacer brotar cascadas y lágrimas de entre sus ojos y llorar felizmente como nunca,
y reir andando en las calles de la ciudad que no se acaba ni en sus tormentas, casa de espejos, extensión vital, desecho, transmutación,

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